J'attendrai dans le silence de la nuit que tu t'approches de mon côté et tu me chuchotes ton amour, parce que je t'aime.

Amor de niñas


mi último post del año, el mismo desde hace cuatro años, dedicado a vos 
les quatre mêmes annés
que nous continous à nous aimes
Je t'aime Gusi

Diciembre 2007
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Cuando sonó el teléfono las frágiles manos de Lucía se disponían a descolgar el tubo, atenta, la voz cautelosa y elegante de Paula se lo impidió con un suave y sutil ruego... 
-deja amor que siga sonando, disfrutemos nuestro instante-

Lucía y Paula sostenían un amor oculto y vedado desde la niñez, desde sus orígenes de mujer y este era un momento brillante para transformar la oscuridad del pasado, en luz eterna.

Se amaban desde siempre y las dos habían decidido unir ese fuego que las envolvía y desgarraba, a la vez.

El amor que las arropaba era lo mas importante que les había sucedido.

A pesar de blandas ausencias siempre se sintieron juntas, acompañadas, amigas compartiendo la brisa de la distancia. Ya no importaba el tiempo transcurrido. Nadie podía suplantar este presente en sus vidas que fundía sus corazones nuevamente luego de aquella partida de Paula, quizás, sin sentido.

No habían cambiado en nada, era como en sus épocas de estudiantes, ambas en el balcón en ropa interior desordenaban sus cabellos con el viento infantil que reservaban sus fantasías. El decorado de la casa era el mismo, el cielo raso alto aún dibujaba sus pícaras sonrisas mientras sus manos se buscaban, sus paredes mantenían el calor de aquellos besos a escondidas, el sabor de niñas se presentaba ardiente en cada rincón arqueando sus curvas siempre flexibles y envueltas en el sudor de sus recuerdos.

Hacía tiempo que la chimenea de esa casa no era testigo del roce entusiasta de sus lenguas. Es que habían esperado años para tomar esta decisión. El sexo para ellas había sido como una comunión religiosa sacrílega, un amor místico y apasionado orillando el costado opuesto de los mares.

Tendidas sobre una cama infinitamente blanca ondulaban sus cuerpos y saboreaban su ansiedad cómplice y dichosa reflejando la imagen del placer más allá de esas paredes desnudas seducidas por sus encantos de mujeres amantes.

Nuevamente sonó el teléfono y las mejillas de Lucía empalidecieron por ese terror que deambulaba en ella desde pequeña. Unos besos suaves en la comisura de sus labios disciplinados entregados como braseros por Paula impidieron que la todavía niña atendiera.

Sus deseos de mujer se interponían libres ante todo y en sus pupilas se veían en ellas aquellos tiempos perdidos, y que hoy, se aclamaban en la hoguera de sus pieles.

Lucía y Paula diseñaban en su amor los pilares de un puente espiritual y estigmático. Sus corazones almacenaban tesoros escondidos, guardados en secreto, sellados en silencio. Se refundaban en sus palabras, en sus fortalezas a veces perdidas, en sus cualidades que conocían desde siempre.

La sensualidad y coquetería animaron esa noche, sin descanso las caricias de Lucía templaban la impetuosa piel que le ofrecía Paula. Eran infantilmente felices, habían reservado sus manos para ellas mismas durante años de espera, sus muslos testigos de aquella primera vez para ambas, accedían abiertos a la humedad que regalaban sus finos dedos.

Sus historias estaban entrelazadas, sus recuerdos amados, sus tristezas galantes.
Compartían sus sufrimientos y también sus felicidades y eso les reforzaba el deseo para unirse por siempre.

Esa noche, las estrellas reflejaban en su andar los cuerpos desnudos y esperanzados en pasiones de Lucía y Paula.

En urgencias cálidas, sus suspiros enamorados y emocionados se anidaban bajo la facultad profunda e inocente de sus vientres, en esas mágicas moradas rosas esperando sus lenguas por años. Sus felicidades de niñas brillaban en sus senos de mujer, como luciérnagas inmortales.

Lucía y Paula poseedoras de un amor inclaudicable y febril ya no querían que otros manejaran sus vidas, el amor les pertenecía y estaban dispuestas a todo.

La noche se apagaba en su necesaria lujuria cuando el teléfono volvió a sonar. Esta vez Lucía animada en sus mieles no tembló al oírlo y alentada por el fuego que se desprendía de los ojos de Paula, extendió sus manos y atendió. Paula sólo escuchó un reluciente "si" de la voz prolija de Lucía y luego de que esta colgara le preguntó quién era...
Era mamá -le contestó Lucía- para invitarnos a cenar mañana.

Al otro día, una mesa reluciente recibiría a las enamoradas hermanas de una forma diferente...