J'attendrai dans le silence de la nuit que tu t'approches de mon côté et tu me chuchotes ton amour, parce que je t'aime.

El fuego de Karina


Verano 2008
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Sentí al mirarme al espejo que Luisa estaría impaciente por encontrarse conmigo aquella noche de sábado de Octubre.
Seguía mimándome en mi reflejo y pensaba que ambas dibujaríamos al fin, un escenario de arena y tiempo imaginablemente reales para las onduladas olas que fluían de la sal de nuestros cuerpos. Mi débil tensión, mis endebles reservas, el rumor de mis temores habían desaparecido. Transcurrieron entre nosotras, sin audacia, más de dos años de miradas pacientes y ocultas buscándose en rincones desobedientes al amor.
Nos habíamos conocido con Luisa en un club de Villa del Parque, ella estaba siempre un poco retraída, lejana, como ausente. Durante meses nos cruzábamos sin hablarnos, eran siempre mis ojos los que bajaban por su escote lamiendo el sudor de lo invisible.
Luisa no usaba maquillaje y sus ropas habituales eran vestidos largos y sencillos, despertaba una sensual atracción, era exótica, diferente, tímida.
Nuestra relación había sido siempre el silencio. Incluso noté ahora que había cambiado, ya no era esa niña distraída de cultura hippie heredada de sus padres y amante de utopías y su paz.
En realidad esperaba muy ansiosa ese sábado. Mi vida se había tornado aburrida este último año, pero el ver a Luisa tan cercana, soñaba a diario con desplazar el calor de mis caricias sobre su tibio rostro, con sus palabras latiendo sobre mis pechos en la oscuridad de mi cuarto, con despertar entre sus muslos y mi boca hundiéndose en el afluente rosa de su naturaleza.
Todo dependería de ella, Luisa era la dueña de nuestros instantes y sólo sus deseos podrían lograr que mi humedad sea abrazada por sus ansias. Nada podía hacer yo, sino tan solo esperar que ella conspire con esta realidad y seducirme en la espera.
Pensaba que ropa me pondría esa noche, me imaginaba con un trajecito de novia de falda corta o con un jean desprolijo y una blusa transparente, me miraba constantemente al espejo pensaba en un peinado nuevo y sonreía, hacía ya tres meses que había rapado mi cabello, Luisa decía que me quedaba bien, que resaltaba el azul de mis ojos y esos hoyuelos que se dibujaban en mi carita al sonreir. Pensé con qué la invitaría a beber, ella era muy cuidadosa con el alcohol, y entonces la elección fue fácil, compré unas botellas de agua mineral, dejé dos en mi pequeña heladera y otras sobre mi mesa, a Luisa le encantaría seguramente.
La relación de las dos estaba destinada a cambiar.
El hecho de no tener una conversación fluida, me hacía sentir culpable, pero la situación así lo ameritaba, después de todo, nuestro silencio era un seguro valioso para el encuentro de nuestras pieles.
Aquel sábado al fin llegó. Me levante temprano, más de lo de costumbre y decidí no bañarme para que Luisa conociera y absorbiera el olor adquirido en mi refugio de osadía. Limpié mi cuarto, desayuné luego y volví a la blandura de mi encierro para esperarla. No estaba segura que esta fuera una buena idea, pensaba que Luisa se arriesgaría demasiado para satisfacer este placer que debió aliviarse mucho tiempo atrás.
Cuando la noche se apoderó del lugar, Luisa llegó. Estaba vestida con una pollera holgada gris, una camisita blanca y unos zapatitos acordonados, estaba muy bella. Yo sólo me mostraba en un liviano vestido amarillo de mil botones predispuestos a ser arrancados en el capricho necesario de la noche.
Cuando entró, yo estaba tendida en mi pequeña cama, sutil y adorable se inclinó y le regaló un beso leve y alegre a mis labios. Me quedé un instante en silencio. Luisa poseía el control y ella me pidió que la desvistiera, lentamente lo hice, muy lentamente. Estábamos muy excitadas. Me arrodillé y con mis dientes comencé a desatar los cordones de sus zapatos y a besarla desde sus tobillos, ella, impaciente me arrancó literalmente el vestido e hice lo mismo con su ropa fatigando aún más el temblor que nos sacudía. Miré su silueta recortada contra la apretada luz que se filtraba por las cortinas de una pequeña ventana y recorrí con mi lengua despaciosamente cada costa de su cuerpo. Mi vientre gozaba del camino de sus estimulados pezones, como sus piernas también del reposo de mis mejillas que se sumergían sin torpeza en su infinita humedad.
Aquella agua mineral caía, después, como cataratas por la extensión de sus nalgas mientras mi boca se apoderaba de su abismo y su olor. Mojadas dejamos tendidos nuestros cuerpos sobre el sorprendido piso. Nuestras entrepiernas se unieron en su calor y sus manos y las mías concluían en salivas de bocas que acompañaron nuestro ardor interminable hasta las 05:00 de la mañana.
Luego Luisa se separó de mí, se puso de pie y me pidió que la vistiera mientras repasaba con sus dedos mi cuello y mis senos aún despiertos a ella. Todavía no se había ido y ya comenzaba a extrañarla, mientras, una brisa sensual me susurraba sin permiso al oido que ella también exiliaría su corazón a mis sueños.
Antes de irse hablando con voz suave y pausada, Luisa mientras me abrazaba y dejaba caer la más clara de sus lágrimas me dijo...
Karina, mi pequeña, has transformado mi timidez en sudor mi amor, anulando el olvido estaré aquí a tu lado por siempre mi dulce, me has hecho conocer el amor, el placer de lo inadvertido, has desnudado ardiente cada sílaba de mis palabras, me has hecho sentir el fuego de lo deseable, el aliento del viento suavizando la soledad de mi espalda, la vibración abierta a mi oculto regocijo... te quiero Kari, te quiero mi amor...
Me besó y salió de mi cuarto para retomar su trabajo, quedaba todavía una hora para que la reemplacen en su guardia médica de la Clínica oncológica Juana Moreau para enfermos terminales, donde yo debería enfrentar, quizás y con suerte, un tiempo más...