J'attendrai dans le silence de la nuit que tu t'approches de mon côté et tu me chuchotes ton amour, parce que je t'aime.

Aire



Invierno 2008
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Desciendo por la espiral de tus ganas y aterrizo en tu ombligo para beber la dulce humedad de ese nido. Recorro tu piel sin tapujos, sin contratiempos, sin prisa... 
Me deslizo sobre el sudor de tu impaciente arrebato restregando mi piel con la tuya. 
Quiero aprenderlo todo de ti y nunca olvidar los olores de tu cuerpo. Sobre ti, contigo, en ti, alzo tus brazos para lamer despacio y sigilosamente la suave tierra de tus axilas para después soplar sobre ellas y regalarte el contraste del calor de mi boca y el frío aliento. Beso tus labios y en ellos muero para renacer con el aire fresco de tu respiración entrecortada. 
Te miro despacio y me clavo en tus ojos brindándote la mirada más tierna. 
Sonríes y desdibujo tu gesto con mis labios, las dos entendemos que es momento de morir amando, pero no en aquella muerte doliente que todo enluta, sino en aquella que otorga vida, si, porque nuestro abrazo será eterno por un instante y nuestros besos callan las palabras que nos fundan. 
Cada beso es la agonía de un adiós que no llega, que no quiere ser visto, que no se anhela. 
Y en ese fuerte abrazo sentimos la hinchazón de nuestras entrepiernas que no aguantan, que no respiran, que estallan y nos cobijan mientras clavamos las uñas en nuestras espaldas, para no rendirnos, para no irnos, para anquilosarnos a un deseo que no se olvida.
Y cuando los demás creen que todo termina, para nosotras es el comienzo de una nueva vida.


El Tren. Primera estación



Verano 2008

1- Estación Belgrano. Casi las tres de la tarde.

Abordé el último vagón de un tren de la linea Mitre en una estación galante empapada de sudor y destilando ganas de no ocultar mis deseos, tras el zumbido molesto que produce el cierre de las puertas que quedan aún sanas e inquieta por la marcha del tren conté los pasajeros que abordaron. Con mirada sigilosa buscaba incesante, mientras la sangre hervía, la mínima señal que provocara mis ganas casi incontenibles, cualquier movimiento sospechoso, cualquier mirada complaciente, cualquier roce fuera de lugar, cualquier mano suelta sobre el sostén de alguna niña clara, cualquier lengua sedienta, cualquier apertura de piernas que dejara ver la humedad en alguna insolente chica provocadora pero sobre todo, el trasfondo de ese vestido, a veces envuelto en ansias de ser amada sin pretexto y a veces al natural.

El Tren. Segunda estación.



2- Estación Nuñez. Las tres y seis.

Finjo aburrimiento al llegar a la siguiente estación, nadie se animó a provocarme a pesar de la insistencia de mi mano que dibujaba sugerente la silueta de mi ansiedad sobre el escote de mi blusa. Sube mucha gente, entre ellas una reluciente mujer con perfume a presidio, suprema en vicios. Su sola presencia dispara mi alocada imaginación que en breves espacios construye la pasión de su cuerpo metido en mis ganas, trato de imaginar su olor, el aroma de sus axilas y la humedad de su entrepierna, me veo lamiendo su piel de pies a cabeza y aún más, veo mi boca clavada en el sur de su ombligo, allí en su centro humeante, rozando sus vellos para absorber el delicioso sabor que se desprende y al fin preparar sus gustos con mis labios, metiendo su lengua en mi boca para purificarla y lamerla al máximo, ritual premonitorio de la estocada final. Absortos en su viaje, en el letargo de una tarde calurosa y con el hambre a cuestas, aquellos pasajeros no se percatan de mis ganas ni de las ganas de esa mujer, suprema en vicios.

El Tren. Tercera estación



Verano 2008

3- Estación Rivadavia. Las tres y doce.

El calor del vagón, de las docenas de pasajeros amontonados, se confunde con el calor de mi interior. Mi tanga está empapada y resbaladiza, mi piel lidia con mis instintos diluidos como lluvias copiosas, libidinosos, me aferro a un pasamano de metal para calmar con su frío mi bizarra fiebre, transpiro en sus ojos. Gotas de sudor que nacen de mi frente recorren gustosas mi cara y nuca, empapando dulcemente mi cuello y lubricando mi piel. Froto burbujeante y exaltada mis axilas y mi entrepierna... La mujer con perfume a presidio no quita su mirada de la mía. Lucho excitada con mis límites sin juicios y mi ropa que desea escapar. Su olor se prueba en mi piel.

El Tren. Cuarta estación


Verano 2008

4- Estación Vicente López. Las tres y veinte pasaditas.

Nuestras miradas siguen enganchadas y mi cuerpo suda en sus rincones. Mis piernas están tan empapadas, que en mis jeans se dibuja la silueta de su cuerpo con una mancha intranquilamente líquida. La sangre recorre mis venas impaciente y se dilatan mis sienes, quiero escapar con ella, recorrerla de norte a sur, mojarla con mi saliva, dibujar mis labios en su cuerpo, olerla, tenerla para mí, entera y sin aliento, quiero respirar bajo sus brazos, quiero que impregne en mi carita y por horas su aroma en mi piel. Necesito que se hunda en mis nalgas y me deje saciada, cansada y con los ojos mirando sólo su imagen desnuda. Necesito de ella para vivir, tanto como del aire o el agua.

El Tren. Ultima estación.



Verano 2008

5- Estación Olivos. Las tres y media.

Camina para acercarse a la puerta de salida sin quitar su mirada de mi, sin apartar ni un segundo sus dedos de su boca sensual que de ganas quiero mía. Tras de ella me coloco para tomarla y no dejarla escapar, para hacerle entender que me gusta y quiero todo con ella... Y esforzándome por abatir el miedo, el pudor, la pena y el desconcierto me atrevo a palparla, a aprehenderla. Mis brazos chocan incautos sobre si mismos y entre ellos, la nada. Ni un rastro de aquella mujer con perfume a presidio, ni un rastro mínimo de partículas sudorosas, vaginales, entrepiernudas, axilares, mucho menos la sensación de su aliento que anhelaba sobre mi rostro. Nada... Una masa de gente me empuja sin piedad hacia afuera, me quedo absorta y sola entre la muchedumbre, soy una solitaria sobre ese anden que se dibuja infinito.

Daniela


(Carta de una insolente a otra escrita en algún jardín de Buenos Aires )


Siempre, siempre te alejas en las tardes, hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas” (Neruda)


Mi Insolente:
.
El sol ya se olvidó de que la tierra existe y la luna aún no la recuerda.
Yo te recuerdo a ti, hecha de sangre y fuego sabedora de que entre todas aquellas que se asoman, tan solamente tu podrás entender en su completo estado mi último pensamiento.
Te dejo entonces parte de mi incontinencia en ofrenda de confianza.
Que la pasión te devore las entrañas,
que el amor se coma tu corazón en carne viva,
que la piel se te incendie de furia y de deseo,
que la mente se nuble…
.
Que estés por siempre viva amor, por siempre viva !!!


Daniela


(Carta de una insolente a otra escrita en algún jardín de Buenos Aires)



Otoño 2008
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Mi insolente:

La casa está en silencio… por fin.

El aire es cálido pero el pasto está fresco por el rocío.
Es una noche perfecta para contemplar el cielo y tenerte entre mis brazos cobijándote la paz, para que nadie te la quite.
Acunarte con el latido de mi corazón y saber cómo se siente tenerte dormida bajo las estrellas.
Velar tus sueños cálidos, tus sueños húmedos, tus pesadillas.
Oir tu respiración acompasada marcar el ritmo de mi sueño inminente y entregarme a los brazos de la noche contigo entre mis brazos.

Total, que ya llegará el sol con la obviedad de que no has sido más que un dulce sueño.


Amor de niñas


mi último post del año, el mismo desde hace cuatro años, dedicado a vos 
les quatre mêmes annés
que nous continous à nous aimes
Je t'aime Gusi

Diciembre 2007
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Cuando sonó el teléfono las frágiles manos de Lucía se disponían a descolgar el tubo, atenta, la voz cautelosa y elegante de Paula se lo impidió con un suave y sutil ruego... 
-deja amor que siga sonando, disfrutemos nuestro instante-

Lucía y Paula sostenían un amor oculto y vedado desde la niñez, desde sus orígenes de mujer y este era un momento brillante para transformar la oscuridad del pasado, en luz eterna.

Se amaban desde siempre y las dos habían decidido unir ese fuego que las envolvía y desgarraba, a la vez.

El amor que las arropaba era lo mas importante que les había sucedido.

A pesar de blandas ausencias siempre se sintieron juntas, acompañadas, amigas compartiendo la brisa de la distancia. Ya no importaba el tiempo transcurrido. Nadie podía suplantar este presente en sus vidas que fundía sus corazones nuevamente luego de aquella partida de Paula, quizás, sin sentido.

No habían cambiado en nada, era como en sus épocas de estudiantes, ambas en el balcón en ropa interior desordenaban sus cabellos con el viento infantil que reservaban sus fantasías. El decorado de la casa era el mismo, el cielo raso alto aún dibujaba sus pícaras sonrisas mientras sus manos se buscaban, sus paredes mantenían el calor de aquellos besos a escondidas, el sabor de niñas se presentaba ardiente en cada rincón arqueando sus curvas siempre flexibles y envueltas en el sudor de sus recuerdos.

Hacía tiempo que la chimenea de esa casa no era testigo del roce entusiasta de sus lenguas. Es que habían esperado años para tomar esta decisión. El sexo para ellas había sido como una comunión religiosa sacrílega, un amor místico y apasionado orillando el costado opuesto de los mares.

Tendidas sobre una cama infinitamente blanca ondulaban sus cuerpos y saboreaban su ansiedad cómplice y dichosa reflejando la imagen del placer más allá de esas paredes desnudas seducidas por sus encantos de mujeres amantes.

Nuevamente sonó el teléfono y las mejillas de Lucía empalidecieron por ese terror que deambulaba en ella desde pequeña. Unos besos suaves en la comisura de sus labios disciplinados entregados como braseros por Paula impidieron que la todavía niña atendiera.

Sus deseos de mujer se interponían libres ante todo y en sus pupilas se veían en ellas aquellos tiempos perdidos, y que hoy, se aclamaban en la hoguera de sus pieles.

Lucía y Paula diseñaban en su amor los pilares de un puente espiritual y estigmático. Sus corazones almacenaban tesoros escondidos, guardados en secreto, sellados en silencio. Se refundaban en sus palabras, en sus fortalezas a veces perdidas, en sus cualidades que conocían desde siempre.

La sensualidad y coquetería animaron esa noche, sin descanso las caricias de Lucía templaban la impetuosa piel que le ofrecía Paula. Eran infantilmente felices, habían reservado sus manos para ellas mismas durante años de espera, sus muslos testigos de aquella primera vez para ambas, accedían abiertos a la humedad que regalaban sus finos dedos.

Sus historias estaban entrelazadas, sus recuerdos amados, sus tristezas galantes.
Compartían sus sufrimientos y también sus felicidades y eso les reforzaba el deseo para unirse por siempre.

Esa noche, las estrellas reflejaban en su andar los cuerpos desnudos y esperanzados en pasiones de Lucía y Paula.

En urgencias cálidas, sus suspiros enamorados y emocionados se anidaban bajo la facultad profunda e inocente de sus vientres, en esas mágicas moradas rosas esperando sus lenguas por años. Sus felicidades de niñas brillaban en sus senos de mujer, como luciérnagas inmortales.

Lucía y Paula poseedoras de un amor inclaudicable y febril ya no querían que otros manejaran sus vidas, el amor les pertenecía y estaban dispuestas a todo.

La noche se apagaba en su necesaria lujuria cuando el teléfono volvió a sonar. Esta vez Lucía animada en sus mieles no tembló al oírlo y alentada por el fuego que se desprendía de los ojos de Paula, extendió sus manos y atendió. Paula sólo escuchó un reluciente "si" de la voz prolija de Lucía y luego de que esta colgara le preguntó quién era...
Era mamá -le contestó Lucía- para invitarnos a cenar mañana.

Al otro día, una mesa reluciente recibiría a las enamoradas hermanas de una forma diferente...

Mara y Ciria



Otoño 2007
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Mara y Ciria se conocieron una fría tarde de Junio, de esas tardes que uno odia para andar en la calle pero que se aman para guardarse en casa.
Mara jugaba con los charcos, pisoteaba cada uno de ellos sin el menor recaudo salpicándose los jeans hasta quedar empapada y luciendo un azul índigo más fuerte por debajo de la rodilla.
Ciria estaba sentada en la orilla de una fuente, aletargada, seria y sin prestar atención a la suave brisa que la mojaba y que se confundía con los remolinos de la fuente.
Mara caminaba con la mirada baja, sólo prestaba atención a los charcos y los embestía con toda su fuerza porque en cada uno de ellos se reflejaba su tristeza, sus lágrimas se confundían con las gotas de brizna que se condensaban en su rostro.
Ciria lloraba en silencio, para adentro, como se llora intensamente cuando una ya no tiene fuerzas y la pena es tan grande que mejor se traga porque no puede decirse.
Mara se aproximaba a Ciria cada vez más pero no lo sabía, no podía saberlo porque su mirada no alcanzaba para ver nada más que su pena.
Ciria sin saberlo, estaba esperando a Mara.
Cuando las dos chicas estaban frente a frente la brizna cesó de repente y un rayo de sol que se coló entre las nubes iluminó su encuentro, las dos chicas por un instante salieron de su letargo y levantaron la vista, lo único que vieron fueron sus rostros, Mara el de Ciria y Ciria el de Mara.
Sus lágrimas se fueron convertidas en mariposas de colores y los charcos volaron como golondrinas y una leve sonrisa se esbozo en sus rostros.
Se miraron sin medir el tiempo, diciéndose todo, pero todo con los ojos en un breve instante que pareció eterno. Sus rostros brillaban de alegría y sus cuerpos aligerados comenzaron a danzar juntos, casi flotaban al ritmo de una melodía plácida.
Se abrazaron pero se abrazaron condensando en ese abrazo todos aquellos que nunca se dieron, que nunca les dieron y se perdieron en sus miradas. No se querían soltar, no podían, porque la vida se les iba.
En su cabeza sólo retumbaba el eco de sus voces, de sus felices voces:
"... eres tú quien yo espero...
"Abrazadas, sobre un charco ensangrentado yacen dos cuerpos desnudos.
Es un caso extraño porque los rostros de las víctimas no reflejan el rigor mortis de dolor propio de los accidentados, sólo una leve sonrisa y sus rostros tranquilos, como si fueran ángeles del paraíso. Los dos cuerpos tomados de la mano y entre éstas una nota calcinada donde apenas puede leerse:
"...demasiado amor para un solo instante..."


Visitando a María



































Invierno 2007
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Eso del futuro no es un tema serio.
Generalmente María se refugiaba en su cuarto para dejar pasar las horas y, cada vez más seguido, tomaba dos o tres pastillas para tranquilizarse y poder dormir.
Su madre, siempre le recordaba que era ilegal e inmoral hacerlo y que pagaría al fin su imprudencia, pero ella, no lo veía así.
María en sus noches se revolvía entre las sábanas y luego incorporándose a medias encendía la luz, era siempre las tres de la mañana y se había transformado en un rito. Luego, María se posaba junto a la ventana con la bata sobre sus hombros y miraba perdida en la oscuridad y volvía a tomar dos o tres pastillas para conciliar el sueño.
Por las mañanas sentía un manto de miedo y de piedad, se veía envuelta en un infierno indefinido, recurría entonces a su biblia, pero era en vano, no todos la entienden y María era una de ellas.
Su madre, como siempre a su lado, motivaba la paz de su hija. 
María sentía no progresar, era una sistemática representación de somnolientos objetivos a cumplir.
A través de los cristales empañados de su cuarto y la espesa lluvia, el enorme edificio donde habitaba era sólo una sombra salpicada por las luces mustias de la ventana, que su madre iluminaba a diario.
La dulce María soñaba en forma constante entrar al amplio vestíbulo de la planta baja semialumbrado por discretas candelas indirectas y poder traspasar esa puerta de su cuarto para ser recibida por figuras blancas y encontrar la tan preciada paz.
Los instantes consumían la piel de María.
Aquella noche su bello rostro rodó sobre la almohada, sus manos crispadas como pequeñas garras tuvieron un temblor espasmódico. Luego clavó sus ojos en su madre, una mirada súbitamente vivaz, suplicante, que parecía emerger desde un pozo sin tiempo y aferrarse ávida a las pupilas de su libertad. Salió al pasillo con paso vacilante, su sangre corría en todas direcciones agolpándose en un remolino dentro de sus venas; su madre, como de costumbre estaba a su lado. María deseaba sólo ser feliz.
El enfermero llegó en ese momento acompañado por uno de los médicos internos, éste la sostuvo por la cintura y se ofreció a llevarla a su cuarto nuevamente.
La pequeña María hizo un esfuerzo para reponerse y pidió a su madre que la ayudara, pero esta vez su madre no pudo contestarle, el médico le recordó que estaba en la clínica neurosiquiátrica Del Carmen y que su madre había muerto hace dos años en un accidente automovilístico donde María manejaba.
Los recuerdos, las imágenes, las palabras del pasado se agolparon en su mente y podía sentir el latido de sus sienes a medida que intentaba orientarse en la oscuridad.
Frente a ella, en la pared opuesta, se advertía la silueta confusa de su madre y su voz diciendo: 
María recuerda que lo que haces es ilegal e inmoral y algún día pagarás tu imprudencia, pero ella no lo veía así...


Ires y venires


Enero 2007
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Mi lápiz secretamente me convoca, trata de impedir que mi verdad se oculte, trata de evitar que una nueva vacilación aplauda mi figura.
Mi lápiz cómplice, confidente, íntimo, espía de mi corazón.
Mi lápiz elige la forma, se sienta en cualquier butaca y me mira, retiene cada suspiro que escapa de mi piel y se me une a una hoja, armoniosamente.
Mi lápiz ama, extraña, vive, te sueña...

Sueño tu lengua hurgando en mi lápiz y la desesperación de tu boca por mojarlo, comerlo, devorarlo y el escalofrío excitante cuando soplas su ternura mojada por tu saliva que lo lava. Sueño a sentir las cosquillas sobre mi lápiz al sentir tu lengua que lo alcanza.
Te imagino extaciada por su aroma y por el nuevo olor que nace cuando se juntan mi lápiz con tu boca. Lo trazas con tus manos, lo deshaces y lo reconstruyes y con tu sexo lo atraes. Imagino que te gusta que lo use para alborotar el vello de tu bajo vientre, para zurcir tu abdomen, para hinchar tus pechos o simplemente para andar sobre tu vida.
Sueño que lo miras, lo tocas y lo acaricias y en un dulce reclamo lo llevas contra tu imagen...
para sentirte viva...

Yanina



































Otoño 2008
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Aún conservo la sonrisa de aquel día. 
Mi mamá había ido al cine aquella tarde con mi hermano. Papá tuvo que trabajar hasta muy tarde y esto, me alegró.
Si ellos hubiesen estado me habría sentido cohibida de solo pensarlo.
Sentada al borde de mi cama mis ojos en sueños mostraban un brillo de inquietud, era muy niña y audaz. Pretendía por momentos ser una heroína, pero debía obrar con cautela. 
Tomé una pausa y me regalé un breve suspiro viéndome al espejo.
Sonreí con una expresión clara y divertida, en verdad la necesitaba para darme valor. Por mi cabeza asomaban murmullos ajenos que me suplicaban dejar las cosas como estaban.
Había estado tan ocupada días anteriores con tareas de la escuela, que ni una sola vez había pensado en hacerlo. 
Esa mañana me levanté temprano para bañarme sin prisas, fue realmente magnífico. Me encanta disfrutar estos momentos. Después de depilar mis piernas y axilas contemplé mi cuerpo críticamente por primera vez en mi vida. Es un cuerpo agradable pero de pechos pequeños, igualmente estaba contenta de ser una chica.
Antes pensaba que la única que sentía estas cosas era yo, pero realmente no soy sino una parte más de la humanidad, y es bueno, de lo contrario nuestro planeta estaría sumergido en obediencias debidas.
No recuerdo haber estado nunca tan llena de alegrías desconocidas como ese día. 
Todas tenemos al principio, en estos casos, un aspecto como si hubiésemos sufrido una interminable enfermedad sin sentido.
Quise abrir las ventanas de casa, pero sentí miedo de que alguien diferente nos viera. Decidí preparar unas bebidas para matizar el momento, algo distinto, pensé en nuevos tragos para el renacer de mi nueva vida. En la vitrina papá guardaba Vodka, Cointreau, Menta y algo de Whisky, mi inexperiencia para estas situaciones me hizo pensar que mejor sería tener todas las botellas a la vista.
Ese día iba vestida con pantalones muy ajustados color beige y una liviana camisa blusa de algodón muy cortita, mi cabello estaba muy rizado y mis pies descalzos, como siempre. 
Mi habitación se lleno de recuerdos que serían cuando Yanina entró a ella tomada de mis hombros.
No sabía en realidad como empezar, pero ella puso sus manos sobre mi tibia cintura y sus ojos líquidos acompañaron cada milímetro de mi piel. Lentamente y sin dejar de mirarme Yanina sonrió y devolviéndole mi inquieta sonrisa, sólo tuve que dejarme llevar por mi inexperiencia y por entre sus labios.
El color rosa de mi habitación dio un cierto aire femenino y romántico a la sorprendida atmósfera. 
Lo que más recuerdo de ese día, su cuerpo sudoroso en burbujas sobre mi cama, su boca recorriendo mis pequeños senos y sus manos húmedas suavizadas por mi lengua desprendiendo nuestros olores nuevos.
Te quiero Patri, fue algo hermoso, dijo Yanina al despedirnos.
Fue mi primera vez escucharon sus oídos, mientras acariciaba su cabello aún mojado...
Jamás lo olvidaré.

Yanina



Invierno 2008
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Hace mucho que no escribo. En verdad nunca supe escribir, mi gramática es terrible, pero es mi alma la que se empeña en trasladar sus flujos a través de cualquier lápiz, rojo. 
Hoy el fuego me acompaña en extremo, Yanina acaba de irse recién de casa dejando mis dudas envueltas en sábanas con sus diferentes rostros de goces divertidos. Ella volvió a virar mi insensata inmadurez de amar, nuevamente.
Inquietas estaban mis mejillas entre sus piernas, su lengua indagando mi dispersa humedad cuando comencé a llorar entusiasmada. Fueron apenas unas apretadas lágrimas que parecieron interminables. Estábamos desnudas, satisfechas, mojadas en salivas etéreas. 
No era lógica mi tristeza, tampoco era justo que Yanina jalara en su boca mis labios acordonándome en sus hogueras múltiples.
No, no era justo, debí pensarlo antes.
Una marca sugerente de sus pequeños senos aún rocían mis ganas de poseerla, muy dentro, nuevamente. No debería estar triste, pero lo estoy, es inevitable no desviar de mi natural deseo mis ganas de amarla sin escaparme de mi realidad con Fabi.
A Fabi la amo, ella es mi ángel y también a veces, la quiero. Yanina sabe que la amo pero no puedo quererla, porque querer es poseer y ella sabe que yo sólo quiero a mi libertad, mi irrefutable libertad.
Sin temor me visto y dejo atrás esas caricias refugiadas de Yanina y pienso en Fabi, en el día en que la conocí en una plaza de Ramos, pienso en su primer regalo y sonrío. Fue un ángel llamado Elemiah que invisible aún me acompaña...
y pienso en su segundo obsequio y en sus palabras acariciando mis oídos...
- Patri, prometo amarte, cuidarte, entenderte, soñarte... por eso mi pequeña, te regalo tu libertad, haz con ella lo que quieras, sólo mi amor, trata de amarme y me harás feliz-.
No, no es justo, no debí pensarlo antes, Fabi, Elemiah y nuestra libertad, me aman...


Noches de amantes



Otoño 2008
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Ayer rocé tu mano
y las entrañas:
me temblaron de miedo

Suave y blanca paloma que posa en tu regazo
mis tactos extendidos más allá de mis manos

Tus ojos se clavaron en los míos
mitad inquisitivos
mitad esperanzados
y mis huesos cedieron al fuego de tus ojos
magma encendido
océano sagrado
Qué irías a hacer por Dios? Qué irías a decirme?
Yo un corazón en mil interrogantes destrozado

Acercaste tu aliento de canela
a mi boca asustada
y rozaste serena las rosas de mis labios

Me parece un milagro que aún la tierra gire
me parece imposible que el sol haya asomado
me parece mentira que el mundo sea el mismo
cuando hace apenas horas yo he rozado tu mano.


Allá a lo lejos (Giselle)



Invierno 2008
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Apenas abre el sol el horizonte pero sus ojos no han amanecido y para mí es de noche.

Tengo en la piel sabores y perfumes robados de abrazos de su cuerpo.
Soy apenas suspiro entre sus brazos y al abrigo caliente de sus piernas, un temblor, un silencio emocionado,
soy el sol del invierno.

No se qué desear…
que sus ojos cerrados a la luz de este día a día sueñen conmigo siendo así perfecta o que se abran sus párpados felinos y vean. Que su boca se quede así callada y yo siga deseándole los besos o que sonría dormida todavía mitad mujer y ángel y besándola al fin, sienta muy dentro que su boca, 
más que mar es un puerto.


Daniela



Primavera 2007
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Me cuesta tanto trabajo dejar de pensarte Daniela, sobre todo ahora que me siento más viva que nunca.
Hoy, caminando por la orilla del mar que tú y yo sabemos, se me ocurrió la idea más desquiciada de los últimos tiempos. Por mucho que me moleste, provocará en ti una alegría inmensa, simple y llanamente porque al fin te has salido con la tuya.
Esos juegos tuyos en los cuales siempre era la vencedora, recuérdalo bien Daniela, eran sólo eso, juegos. Los cuales me sabía de memoria y por supuesto a sabiendas que eras tú quien proponía mi victoria pero fingía no saberlo.
Jugabas a triunfar sobre mí otorgándome la victoria, mientras yo fingía que triunfaba sobre ti dejándome ganar.
Daniela, aunque parezca que me estoy traicionando he de reconocer que tu inteligencia siempre superó a la mía, no por ella en si, no, sino por la insipiente extensión de mi repertorio afectivo, precario en suma si lo comparamos con el tuyo.
Hoy recordándote quise observar nuestro mar como sólo tú habrías podido hacerlo. Recuerdas aquella ocasión en la que caminando, después de almorzar, te dije en secreto que lo peor que podría pasarnos era que aquella cómplice de andanzas se convirtiera en amante y se perdiera la espontaneidad a cambio de las formalidades de una pareja obligada...
Puedo decirlo, anoche soñé contigo y no sólo recordé tu figura.
Ayer Daniela soné con tu mar, ese espacio donde me vuelco cada vez que muero en el silencio de tus besos. Revolqué en la espuma de tu sexo y navegué la anchura de tus muslos. Me recosté en la suave arena de tu vientre.
Quizás no soñé porque al despertar estaba mojada con agua de sal y entre mis piernas una caracola despierta respirando por ti...
Me cuesta tanto olvidarte, en la oscuridad de mi silencio...


Cálido reflejo



Verano 2008
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Aquel espejo de agua se atravezó en tu camino mujer y sin mayor reparo quedaste prendida de aquel hermoso rostro. Poco tiempo bastó para entender que aquella suave cara era la tuya y sin más, olvidaste presurosa cualquier otra. 
Al fin, el alma gemela que siempre habías buscado había llegado. Las emociones se duplicaban en intensidad y tus adentros comenzaron a arder... 
Buscaste un lugar solitario donde nadie pudiera turbar tu ritual de alabanza y frente a un espejo empezaste a mostrar tus ganas inflexivas, autorreferenciales y sin miedo te entregaste como nunca lo habías hecho con nadie, a probar las delicias del autoerotismo. 
Al desdoblarte gozabas tu aliento y la humedad de tu boca como si fuera tuya y a la vez otra, tomaste tu lengua y la deslizaste por toda tu piel, deteniéndola en puntos húmedos para colmarla de ti, de tu sabor, de tu aroma y la llevaste de nuevo a tu boca, mientras tu sexo ardía con la ayuda de tu mano y cerraste los ojos para sólo ver tu rostro y tocaste de arriba a abajo tu cuerpo como si tuvieras mil manos. Liberaste de ropas tu piel dorada y oliste el sudor de una axila, presurosa nuevamente alargaste tu lengua para lamerte y probarte. 
Las partes que no libabas las alcanzabas con tus dedos y así acariciaste tus nalgas y luego siguió la entrepierna que no podía ser perdonada. Aquella entrepierna exquisita punzaba por ser tocada, sorbida, limpiada, secada y olida. 
Tus dedos entendieron su angustia y con ellos encontraste la gloria, una miel y un olor que sólo tu podías prodigarte, y lo hiciste, desesperada, ardiente y sudada como si fuera la última vez que te gustaras.

Integración Andina

Primavera 2008
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En aquella tarde, sobre la puerta de una de las habitaciones del hotel Rubie en el centro del apocalíptico Buenos Aires se leía un cartelito: "No molestar".
Mali y Lica deseaban estar juntas un poquito más. Era la primera vez que lo estaban y sus corazones latían embellecidos como niñas coronando un sueño.
Sus noches se tornaban insoportablemente eternas al no tenerse y valoraban el segundo en que sus pieles enviciadas de ardor, transformaban sus realidades frías e inertes en cauces navegando en la vibración de sus vientres.

Se habían conocido hace unos años en un rojo teatro de Brasilia y entrecruzando miradas, la brisa de aquel lugar les transmitía mensajes mullidos de un amor distinto, febril.
Fue allí después de la aburrida función de aquella noche donde a escondidas intercambiaron sus direcciones de correo electrónico, en perpetuo silencio...

Todos los días Mali y Lica se comunicaban por medio de sus computadoras desde sus secos lugares y a través del viento sus cuerpos se marcaban en sus sudores, en sus perfumes que las hacía sentir tan cerca que hasta podían tocarse, olerse en sus enfrascadas axilas, volar en sus goces.
En sus conversaciones siempre Mali le preguntaba a Lica qué deberían hacer con este amor que las envolvía y que en la distancia las embriagaba aún más en sus deseos
¡Calla pequeña y bésame!
-le contestaba Lica por su monitor-
¡Calla y sigue besándome, amor, mientras tus dedos están aquí recorriéndome y mi alma, con vos!
¡Calla mi amor y bébeme en tus pechos mientras tus pezones tiemblan en los míos!
¡Calla dulce Mali que el amor, hoy así, nos pertenece!
No podían evitar sentir esas incontrolables ganas de tocarse.
Eran inocentes de cualquier culpa de amor. Se comían en sus calientes manos, en cada roce con sus imaginables entrepiernas y al dejarse se soñaban inevitablemente juntas.
Se confundían en sus liquídos alientos quedando abrazadas en sus noches eternas de soledades.
Al despedirse se intercambiaban disculpas como si se dejaran abandonadas, aclarando que nada disminuiría las ganas de tenerse, ni mucho menos.
Se deseaban y pensaban todo el tiempo.
Las despedidas duraban eternidades pacientes dibujando sus besos claros en la atmósfera que compartían.
Todo ese tiempo reposando sus palabras en sus intimidades ocultas, no les parecía suficiente. Su amor crecía impaciente en cada día, sus tristezas, también.
Desde sus casas se tomaban en sus labios haciendo como nudos irreversibles y se disolvían en gotas de salivas sobre sus lejanas camas amarillentas. Sus letras se fusionaban en infinitos inadvertidos, y desafiando soles imprudentes se lamían en brasas que esparcían por sus rosadas y dilatadas esperanzas repletas de laboriosas humedades.
Ilusivas, alimentaban en sus paredes bosquejos de verdes mares donde desnudas bañaban sus ilusiones y sus dedos finos introducidos en sus cualidades de mujer, eran parte del paisaje único.
Ese amor crecía y crecían esas ganas desconocidas que las tomaba y absorbían, que las quemaban y chupaban transformando todo en sudor, en lenguas en sus cinturas, en bocas en el vacío olvidado de sus nalgas, en cuellos abiertos a sus besos, todo se transformaba en ellas amándose.
Se veían como mariposas posadas en sus senos, mariposas de pieles suaves y ardientes, mariposas que sorbían el calor acumulado en esperas bebiendo de sus humores díscolos.
Se envolvían en sus savias y se revolcaban en ellas, se regalaban sus jugos y se sentían y se buscaban y se transformaban en rocío que embebían sus labios que se besaban y no dejaban nunca de besarse, a pesar de la distancia.
No analizaban, ni juzgaban, ni se entrometían en sus vidas fijas entumecidas, sólo se amaban.
Se imaginaban, siempre, juntas cocinando dulces típicos de sus regiones, rompiendo sus ropas, y desnudas endulzando sus cuerpos con sus frutos, recorrerlos en sus piernas, devorarse en sus mieles, penetrarse en sus ansias, en sus labios secos, regalarse sus muslos, sus tobillos, sus pies, sus dudas.
Se veían constantes en sus caras de placer. Habían creado un álbum mental para aprenderse cada milímetro de sus cuerpos y caminar por él evitando el olvido, sabiendo sus ternuras escondidas, bailar como niñas, celarse mojadas en sus ausencias, motivarse en el teclado reclutando el fuego de sus figuras etéreas, hundir sus rostros entre el fluido audaz de sus virginales inexperiencias, encasillar sus cobardías...

Por eso aquella tarde se leía ese cartelito de "No molestar" sobre la puerta de aquel hotel de Buenos Aires. Porque era su primera vez y quizás la única y ambas deberían regresar al otro día a sus países después de la ya tediosa y obligada asunción del nuevo presidente de aquella nación.
Las primeras damas volverían junto a sus presidenciables y distraídos esposos, a sus lugares llenos de protocolos y de amores vacíos y ausentes...

Por amarte



Verano 2007
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por amarte ahora junto horas y desganas retengo ausencias y miradas
todo por tenerte en mí

por amarte inquieta trago orgullos y desvelos bebo de tu fiel recuerdo
traigo adentro ya tu piel

por amarte pura rezo tu credo noche y día y evitando compartir mi amor
jamás te pienso a oscuras

por amarte mujer niego requiebros febriles niego el dolor de tu ausencia
y niego sin llanto la queja

en fin que por amarte ya no soy la misma ni los días días
ni la noche noche

todo se llenó de ti

El fuego de Karina


Verano 2008
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Sentí al mirarme al espejo que Luisa estaría impaciente por encontrarse conmigo aquella noche de sábado de Octubre.
Seguía mimándome en mi reflejo y pensaba que ambas dibujaríamos al fin, un escenario de arena y tiempo imaginablemente reales para las onduladas olas que fluían de la sal de nuestros cuerpos. Mi débil tensión, mis endebles reservas, el rumor de mis temores habían desaparecido. Transcurrieron entre nosotras, sin audacia, más de dos años de miradas pacientes y ocultas buscándose en rincones desobedientes al amor.
Nos habíamos conocido con Luisa en un club de Villa del Parque, ella estaba siempre un poco retraída, lejana, como ausente. Durante meses nos cruzábamos sin hablarnos, eran siempre mis ojos los que bajaban por su escote lamiendo el sudor de lo invisible.
Luisa no usaba maquillaje y sus ropas habituales eran vestidos largos y sencillos, despertaba una sensual atracción, era exótica, diferente, tímida.
Nuestra relación había sido siempre el silencio. Incluso noté ahora que había cambiado, ya no era esa niña distraída de cultura hippie heredada de sus padres y amante de utopías y su paz.
En realidad esperaba muy ansiosa ese sábado. Mi vida se había tornado aburrida este último año, pero el ver a Luisa tan cercana, soñaba a diario con desplazar el calor de mis caricias sobre su tibio rostro, con sus palabras latiendo sobre mis pechos en la oscuridad de mi cuarto, con despertar entre sus muslos y mi boca hundiéndose en el afluente rosa de su naturaleza.
Todo dependería de ella, Luisa era la dueña de nuestros instantes y sólo sus deseos podrían lograr que mi humedad sea abrazada por sus ansias. Nada podía hacer yo, sino tan solo esperar que ella conspire con esta realidad y seducirme en la espera.
Pensaba que ropa me pondría esa noche, me imaginaba con un trajecito de novia de falda corta o con un jean desprolijo y una blusa transparente, me miraba constantemente al espejo pensaba en un peinado nuevo y sonreía, hacía ya tres meses que había rapado mi cabello, Luisa decía que me quedaba bien, que resaltaba el azul de mis ojos y esos hoyuelos que se dibujaban en mi carita al sonreir. Pensé con qué la invitaría a beber, ella era muy cuidadosa con el alcohol, y entonces la elección fue fácil, compré unas botellas de agua mineral, dejé dos en mi pequeña heladera y otras sobre mi mesa, a Luisa le encantaría seguramente.
La relación de las dos estaba destinada a cambiar.
El hecho de no tener una conversación fluida, me hacía sentir culpable, pero la situación así lo ameritaba, después de todo, nuestro silencio era un seguro valioso para el encuentro de nuestras pieles.
Aquel sábado al fin llegó. Me levante temprano, más de lo de costumbre y decidí no bañarme para que Luisa conociera y absorbiera el olor adquirido en mi refugio de osadía. Limpié mi cuarto, desayuné luego y volví a la blandura de mi encierro para esperarla. No estaba segura que esta fuera una buena idea, pensaba que Luisa se arriesgaría demasiado para satisfacer este placer que debió aliviarse mucho tiempo atrás.
Cuando la noche se apoderó del lugar, Luisa llegó. Estaba vestida con una pollera holgada gris, una camisita blanca y unos zapatitos acordonados, estaba muy bella. Yo sólo me mostraba en un liviano vestido amarillo de mil botones predispuestos a ser arrancados en el capricho necesario de la noche.
Cuando entró, yo estaba tendida en mi pequeña cama, sutil y adorable se inclinó y le regaló un beso leve y alegre a mis labios. Me quedé un instante en silencio. Luisa poseía el control y ella me pidió que la desvistiera, lentamente lo hice, muy lentamente. Estábamos muy excitadas. Me arrodillé y con mis dientes comencé a desatar los cordones de sus zapatos y a besarla desde sus tobillos, ella, impaciente me arrancó literalmente el vestido e hice lo mismo con su ropa fatigando aún más el temblor que nos sacudía. Miré su silueta recortada contra la apretada luz que se filtraba por las cortinas de una pequeña ventana y recorrí con mi lengua despaciosamente cada costa de su cuerpo. Mi vientre gozaba del camino de sus estimulados pezones, como sus piernas también del reposo de mis mejillas que se sumergían sin torpeza en su infinita humedad.
Aquella agua mineral caía, después, como cataratas por la extensión de sus nalgas mientras mi boca se apoderaba de su abismo y su olor. Mojadas dejamos tendidos nuestros cuerpos sobre el sorprendido piso. Nuestras entrepiernas se unieron en su calor y sus manos y las mías concluían en salivas de bocas que acompañaron nuestro ardor interminable hasta las 05:00 de la mañana.
Luego Luisa se separó de mí, se puso de pie y me pidió que la vistiera mientras repasaba con sus dedos mi cuello y mis senos aún despiertos a ella. Todavía no se había ido y ya comenzaba a extrañarla, mientras, una brisa sensual me susurraba sin permiso al oido que ella también exiliaría su corazón a mis sueños.
Antes de irse hablando con voz suave y pausada, Luisa mientras me abrazaba y dejaba caer la más clara de sus lágrimas me dijo...
Karina, mi pequeña, has transformado mi timidez en sudor mi amor, anulando el olvido estaré aquí a tu lado por siempre mi dulce, me has hecho conocer el amor, el placer de lo inadvertido, has desnudado ardiente cada sílaba de mis palabras, me has hecho sentir el fuego de lo deseable, el aliento del viento suavizando la soledad de mi espalda, la vibración abierta a mi oculto regocijo... te quiero Kari, te quiero mi amor...
Me besó y salió de mi cuarto para retomar su trabajo, quedaba todavía una hora para que la reemplacen en su guardia médica de la Clínica oncológica Juana Moreau para enfermos terminales, donde yo debería enfrentar, quizás y con suerte, un tiempo más...

Rescate


Verano 2007
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Olvidé que podía olvidar porque mis ganas se inundaron del olor de tus axilas, y de tanta humedad no me pude percatar del propio.
Olvidé que podía olvidar porque mi arrebato en el sudor de tu entrepierna se diluía, y de tanta quietud, no pude sentir la muerte del alma mía.
Olvidé que podía olvidar porque en mis neuronas no había espacio para significar la vida sin la tuya, y de tanto pensar, se me olvidó la mía.
Olvidé que podía olvidar porque contigo olvidé el pasado, y de tanto borrar, se me perdió el futuro.
Dejé de ser y sin ti no era, deje de sentir y muerta en vida bebía, la sangre de un corazón marchito que siempre creí lleno de vida.
Y ahora te digo que olvidé que podía olvidar para perderme y después reencontrarme, en el más cálido de los abrazos, con la más tierna sonrisa y diciéndolo me acaricio, como aquella mano gentil sobre mi rostro, y al hacerlo, sólo sé que yo existo.

Los colores de mi vida




Otoño 2007
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Azul, tan sólo azul, quizás. O verde aún, porqué no, si a caso debiera escoger el color de mi vida.
Posiblemente el amarillo me mantendrá alerta mientras el blanco, ¡ah! El suave blanco, aquella cabaña perdida en el bosque.
No, es decir, no quiero pasar el resto de
mi vida atrapada en la friolera invernal de una rústica cabaña con chimenea. Fría, caliente.
¿Mi piel? Tan sensible como aquel día
¿Mis ganas? Apagadas por no sentir.
Correría desnuda si así, de mi faz, pudiera borrar la apatía más insolente. Mi desgana ha paralizado mi desdicha.
Hacia dónde correr cuando la lluvia ha borrado los senderos
¡sueños de lodo que al secar se romperán por doquier!
Azul por el llanto ausente, o mejor aún, por el llanto que hacia adentro marcha humedeciendo los recuerdos del alma.

Por la tristeza de saberme y a veces de perderme.
Azul, por su muerte lenta anunciada en cada suspiro, en cada bostezo, en cada desahogo. prolongado...